En junio de 1954 la revista Time publicaba un llamativo anuncio a todo color en el que podía leerse: “El DDT es bueno para mí“. El anuncio mostraba a una mujer feliz afirmando: “El DDT es bueno para mi hogar. Es bueno para la finca. Es bueno para todo“. Bien, pues ese producto tan bueno para todo terminaría siendo incluido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en un grupo especial de productos clasificados como “altamente tóxicos”. “Son estables y duraderos -explicarían- permaneciendo activos durante décadas antes de degradarse. Y se diseminan a lugares distantes tanto por el aire -al evaporarse- como por el agua con lo que terminan acumulándose en las especies silvestres y en el tejido adiposo de los seres humanos”. Así que el DDT terminó prohibiéndose en Estados Unidos y otros países en 1972… pero no en España donde se siguió vendiendo vergonzosamente cinco años más contaminando nuestros suelos, nuestras aguas, nuestros alimentos y nuestros cuerpos.
Bueno, pues si nos limitáramos a sustituir en el anuncio lo del DDT por “los productos transgénicos” nos encontraríamos con otra parecida “verdad irrefutable”. Porque lo de “los transgénicos son buenos para mí” es exactamente lo que quienes los fabrican, comercializan y venden intentan ahora que la población admita sin cuestionarse si es así o no. Contando, al igual que entonces, con la colaboración de numerosos gobiernos, entre ellos -y de forma muy especial- el español. ¿Con qué argumentos? Para empezar, con éste: “Bueno, vale, muchos plaguicidas eran y son peligrosos pero los productos biotecnológicos no. Los alimentos transgénicos se pueden consumir sin problemas porque son seguros”. Solo que eso, ¿quién lo garantiza? Nadie. Porque quienes se encargan hoy de valorar y comunicar el impacto sobre la salud a corto y largo plazo de los transgénicos son… ¡los propios fabricantes! Los gobiernos ni hacen ni encargan estudios independientes. Así que, ¿alguien cree que unos estudios que pagan ellos mismos van a dar alguna vez como resultado que sus productos son potencialmente peligrosos? La respuesta es obvia. No, la experiencia demuestra que las multinacionales usan más bien su dinero en “persuadir” de que no son peligrosos a quienes tienen que autorizarlos o pueden prohibirlos. Hoy es inconcebiblemente fácil “engrasar” -y no precisamente con aceite- conciencias en todo el mundo. Y no crean que esto pasa sólo estando en el poder el Gobierno socialista; pasaba igualmente con el del Partido Popular. En la actualidad este tipo de comportamiento no es exclusivo de algunas multinacionales farmacéuticas: está igualmente presente en el ámbito político, judicial, económico, mediático y empresarial. Y, por tanto, es habitual ya en el mundo alimentario. Claro que, ¿acaso no pretenden quienes dirigen hoy la industria alimentaria lo mismo que los empresarios de los demás sectores, es decir, la máxima rentabilidad al mínimo coste?
En suma, en el ámbito de los transgénicos pasa como en el de los fármacos y en el de las radiaciones electromagnéticas: basta profundizar un poco y rascar en la superficie para que el mal olor aparezca. Especialmente desde que algunas organizaciones realmente independientes se han puesto a efectuar estudios que desmontan lo que se afirma en la burda propaganda de sus defensores ( lea en nuestra web -www.dsalud.com – los artículos que ya hemos publicado al respecto en los números 3, 83 y 105 ).
Hace apenas tres meses explicamos en la revista que los alimentos transgénicos causan cada vez más alergias y enfermedades. Y la razón es simple: son organismos genéticamente modificados de forma artificial cuyas moléculas no reconoce nuestro cuerpo y rechaza por considerarlas extrañas. Es más, a través de la ingeniería genética las propiedades alergénicas de algunos alimentos están siendo transferidas a otros. La gente parece no entender tampoco que en la creación de muchos alimentos transgénicos se usan bacterias y virus como vehículos portadores de información y aunque se intenta hacer creer que toda su carga negativa ha sido previamente eliminada antes de utilizarlos lo cierto es que no suele ser así. En muchos se introduce además información genética para incorporarla al nuevo alimento creado. Por ejemplo, para que sean más resistentes a las plagas. Y el resultado, en suma, es que cada vez hay más sustancias patógenas.
Debemos decirlo sin rodeos: es increíble que haya en el mercado tantos productos transgénicos consumiéndose alegremente cuando su seguridad nunca ha sido suficientemente estudiada. Y lo que es más grave: nadie parece estar dispuesto a retirarlos a pesar de que cada vez hay más científicos y expertos -cuyas voces intentan silenciarse como sea- que manifiestan tener muchas dudas sobre su inocuidad cuando no avisan abiertamente de su peligro.
¿NUESTRA DESCENDENCIA, EN PELIGRO?
Afortunadamente no todos los gobiernos miran hacia otro lado. El austriaco por ejemplo encargó un estudio con roedores sobre los efectos de los transgénicos en su reproducción y desarrollo en el que los investigadores llevaron a cabo varios ensayos de alimentación con ratones durante 20 semanas. Entre ellos uno que consistió en evaluar la reproducción de toda una generación. Para ello se alimentó a diversas parejas de roedores con una dieta que incluía un 33% de una variedad de maíz transgénico -la NK 603 x MON 810– y a otras con un maíz parecido pero no transgénico. Pues bien, se terminaría constatando que los descendientes de los alimentados con maíz transgénico -tercera o cuarta camada- eran de menor tamaño que los de los que fueron alimentados con maíz no transgénico. Algo que ha alertado a los científicos sobre la posible incidencia de los alimentos transgénicos en la fertilidad y la reproducción. Y es que para el doctor Jürgen Zentek -coordinador del estudio y profesor de Medicina Veterinaria en la Universidad de Viena– los resultados deben considerarse “estadísticamente significativos” entendiendo que las diferencias se pueden atribuir a la alimentación.
Bueno, pues el maíz con el que se realizó la prueba ¡está aprobado para alimentación humana y animal en la Unión Europea ! Y se ha cultivado ya de forma experimental en más de 30 municipios españoles. Híbrido de otras dos variedades transgénicas se supone tolerante a un herbicida además de resistente a algunos insectos y solo por eso la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria lo autorizó en el 2005 ¡a pesar de que no se ha efectuado ningún estudio independiente sobre sus posibles efectos negativos! Se limitó a dar por buenos los datos de la multinacional Monsanto y decidió “considerar improbable que el maíz NK603 x MON810 tenga efecto adverso alguno en la salud humana y animal“. Algo que los investigadores austríacos no comparten recordando que la presunta seguridad de ese maíz se probó entonces en ¡ aves de corral y ratones!
En suma, los resultados del estudio austriaco invitan a que se detenga de inmediato la comercialización de ese maíz mientras no se realicen nuevos estudios; sería lo lógico. pero en el campo de la salud dejamos de creer hace tiempo en la lógica de nuestras autoridades.
No es el caso obviamente de las asociaciones ecologistas. Tanto Amigos de la Tierra como Greenpeace sí han exigido de nuevo la retirada de los cultivos transgénicos. “Los alimentos transgénicos -afirmaría Juan Felipe Carrasco, responsable de la campaña contra ellos de Greenpeace – parecen actuar como un agente de control de la natalidad porque pueden llevar a la infertilidad. Y si este motivo no es aún suficiente para plantear la retirada de los cultivos transgénicos actualmente en el mercado no sé ya a que tipo de catástrofes estamos esperando. Experimentar genéticamente con nuestros alimentos es como jugar a la ruleta rusa con los consumidores y con la salud pública”.
David Sánchez, responsable de Agricultura y Alimentación de Amigos de la Tierra, manifestó por su parte al respecto: “Este estudio es un ejemplo más de que no se puede garantizar la seguridad de los cultivos transgénicos. La toxicidad para la reproducción que representa este maíz transgénico es inesperado porque las autoridades europeas lo declararon tan seguro como el convencional. Un error de consecuencias potenciales extremadamente graves”.
De hecho los investigadores austriacos criticaron también la falta de estudios sobre la toxicidad de ese maíz transgénico. “El número de estudios con roedores así alimentados – denuncian- es pequeño. Y las diferencias son inconsistentes lo que hace difícil obtener una conclusión general sobre las pruebas efectuadas con piensos genéticamente modificados (.) La Agencia de Protección Medioambiental Europea (EPA) -añaden- permitió que se eximiera de la exigencia de tolerancia para residuos del ingrediente activo del pesticida de la planta -la delta-endotoxina Cry1Ab del Bacillus thuringiensis- y del material genético necesario para su producción en todas las plantas (EPA, 2001). Además no se ha efectuado ningún estudio multigeneracional de toxicidad para descartar posibles efectos crónicos”.
Tal es la raíz del problema. En ello coinciden los autores del estudio austriaco y las organizaciones ecologistas: los análisis llevados a cabo antes de la aprobación en Europa de ese maíz son a todas luces insuficientes. Para empezar se basan en las informaciones y experimentos realizados por las propias empresas que, además de incompletos, son poco objetivos. Y en segundo lugar los resultados que presentan no se han verificado luego con estudios independientes. Es más, las autoridades competentes europeas ni siquiera han pedido la información complementaria que cabría exigir sobre los aspectos que presentan más dudas en los expedientes.
SOSPECHOSOS ANTECEDENTES
En suma, la falta de rigor en la revisión de datos y seguimiento del producto no permite descartar serias incidencias en la salud. Liliane Spendeler, miembro de Amigos de la Tierra, publicó recientemente en Revista de Salud Pública un artículo titulado Organismos modificados genéticamente: una nueva amenaza para la seguridad alimentaria en el que afirma: “(.) Los posibles efectos alergénicos del maíz MON 863 de Monsanto o del maíz Bt-11 de Syngenta, las alteraciones en el metabolismo del arroz LLRICE62 de Bayer CropScience, las diferencias de composición entre la colza GT-73 de Monsanto y su equivalente no transgénico o los posibles efectos cancerigenos del maíz NK 603 de Monsanto no han sido evaluados correctamente en los expedientes de las empresas y en cuatro de esos casos la autoridad competente europea, la European Food Safety Authority (EFSA), dio su visto bueno a la aprobación pasando por alto estas deficiencias”.
Resulta que el maíz Bt-11 de Syngenta se aprobó unilateralmente por la Comisión Europea el 5 de mayo del 2004 sin el respaldo de los estados miembros en una decisión que rompió la moratoria comunitaria a la autorización de organismos modificados genéticamente (OMG) vigente desde 1998. Y eso que la Agencia Francesa de Seguridad Sanitaria de los Alimentos había revisado en noviembre del 2003 el dossier presentado por Syngenta y concluyó que basándose en la información facilitada “no se pueden descartar efectos imprevistos” por lo que invitaba a la empresa a realizar nuevos estudios antes de poder aceptar que el consumo de ese maíz sea seguro para la salud. Y no fueron las autoridades francesas las únicas. En el mismo sentido se pronunciaron las belgas y las austríacas. Es más, un informe del Gobierno austriaco remarcó que no se había realizado ningún estudio sobre toxicidad con la planta entera, que no existían pruebas de la seguridad a largo plazo de la nueva proteína y que los estudios sobre las reacciones alérgicas eran insuficientes. Y a pesar de todo ¡fue aprobado!
Bueno, pues solo un año después -en el 2005- Syngenta admitió ante las autoridades europeas que entre el 2001 y el 2004 había ya introducido sin permiso alguno alrededor de un millar de toneladas del maíz transgénico Bt-10 en la Unión Europea. El Bt-10 y el Bt-11 tienen la misma proteína aunque genéticamente son diferentes. El primero contiene un gen que es resistente a un tipo de antibiótico denominado ampicilina y por eso su comercialización no fue autorizada ni por las autoridades sanitarias de la Unión Europea ni por las de Estados Unidos. El Bt-11, de una generación posterior, contiene dos genes introducidos mediante técnicas de modificación genética: un gen de resistencia a insectos -el Cry1Ab – y un gen para tolerancia al glufosinato de amonio. Y ése sí sería aprobado tanto para su cultivo como para su consumo humano y animal en Estados Unidos, Canadá, Argentina, Japón, Sudáfrica, Uruguay y Filipinas. Y solo para consumo -humano y animal- pero no para cultivar en Suiza, Australia, Nueva Zelanda, Corea, Taiwán, Rusia, China y la Unión Europea.
Añadiremos que el caso del maíz Bt-176 de Syngenta es un ejemplo claro de cómo se resuelven los expedientes en Europa. La Comisión Europea le dio luz verde en diciembre de 1996 ¡a pesar del voto negativo de 13 de los 15 estados miembros! Por lo que sin hacer caso de esa decisión Austria, Luxemburgo e Italia prohibieron ese maíz en su territorio -tanto para cultivo como para importación- siendo respaldados luego por Dinamarca, Suecia y, más adelante, por Alemania. Sus argumentos planteaban dudas de todo tipo, tanto sanitarias -incluida la posible transferencia del gen de resistencia a la ampicilina a bacterias patógenas- como ambientales -por los posibles efectos sobre la biodiversidad, la aparición de resistencia a la toxina Bt en insectos y la persistencia de la toxina en el suelo-. Finalmente, en abril del 2004 la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria hizo público un informe en el que recomendaba la prohibición a partir de enero del 2005 del cultivo de determinados transgénicos, entre ellos del Bt-176 por las dudas de sus efectos sobre la salud. Y es que había pruebas de que generaba resistencia en el insecto que pretendía combatir. Unos días más tarde la Agencia Española de Seguridad Alimentaria publicaba una nota de prensa anunciando que a partir del 1 de enero del 2005 la siembra del maíz Bt-176 quedaba prohibida en España.
En suma, durante siete años los españoles estuvimos consumiendo un maíz que la Comisión Europea aprobó por considerarlo seguro y cuando se supo la verdad hubo que prohibirlo. De los problemas de salud que haya podido causar nadie ha investigado ni dicho una sola palabra. Y de pedir posibles responsabilidades a alguien más vale que nos olvidemos. Los actores de este macabro juego gozan de impunidad real.
Otro ejemplo: en el 2007 un grupo de expertos del Departamento de Ingeniería Genética de la Universidad de Caen (Francia) publicó en la revista Archives of Environmental Contamination and Toxicology un estudio en el que se demostraba que las ratas de laboratorio alimentadas con el maíz MON 863 de Monsanto mostraban signos de toxicidad en riñón e hígado. Bueno, pues la Comisión Europea autorizó a pesar de todo su comercialización tanto para consumo humano como animal.
Debemos añadir que no todos los países de la Unión son tan permisivos con los transgénicos como España. Francia y Austria, por ejemplo, se han mostrado especialmente críticos con los procedimientos de aprobación de estos productos. “La Agencia Federal de Medio Ambiente de Austria -recoge Liliane Spendeler en su artículo- declaró en un monográfico en el 2002 que en los expedientes presentados para la autorización de organismos modificados genéticamente en la Unión Europea las investigaciones experimentales toxicológicas sólo se han llevado a cabo esporádicamente (.) En ninguno de los casos los efectos toxicológicos potencialmente relevantes de la inserción de los genes han sido considerados (.) En ninguno de los expedientes figuraba el estudio directo mediante experimentación de las propiedades alergénicas potenciales de la planta modificada genéticamente y/o del producto derivado de ella”.
El primer caso comprobado de alergia a un alimento transgénico fue el del maíz StarLink de la empresa Aventis Crop Science. Este maíz se encontró en la cadena alimentaria humana cuando estaba autorizado únicamente para consumo animal en Estados Unidos. A raíz de ese descubrimiento la Administración estadounidense recibió decenas de denuncias de consumidores por posibles intoxicaciones alérgicas debido al StarLink. Y pudo establecerse una clara relación causa-efecto porque las reacciones fueron de cierta gravedad. Sin embargo, no puede descartarse que su consumo provoque otras reacciones menos aparatosas y ello impida establece la relación. Así que el 27 de junio del 2001 el panel de expertos de la Agencia de Protección Medioambiental Europea (EPA) desaconsejó la autorización de ese maíz para consumo humano rechazando la petición de Aventis.
El doctor Domingo Roig, toxicólogo de la Universidad de Tarragona que ha realizado una revisión bibliográfica de los artículos científicos publicados sobre los riesgos para la salud de los alimentos modificados genéticamente, concluyó hace ya ocho años en un artículo publicado en la Revista Española de Salud Pública y titulado Riesgos sobre la salud de los alimentos modificados genéticamente: una revisión bibliográfica lo siguiente: “No se han realizado los suficientes estudios experimentales sobre los potenciales efectos adversos de los alimentos modificados genéticamente en la salud animal ni, por supuesto, en la humana, que puedan servir de base para justificar la seguridad de esos productos”.
A pesar de lo cual las autorizaciones siguen aumentando.
UN RARO PRIVILEGIO
¿Y cuál es la situación en España? Pues lamentable. De los 27 estados miembros de la Unión Europea es el único país que cultiva a gran escala alimentos transgénicos. En el 2008 cultivó más de 80.000 hectáreas de maíz transgénico a pesar de que no hay estudios fiables sobre su seguridad, está prohibido en siete países europeos, está constatado su negativo impacto ambiental y hace imposible proteger la agricultura ecológica y convencional de la contaminación. Todo ello al amparo del Gobierno del progresista José Luis Rodríguez Z apatero. De hecho tanto Greenpeace como Amigos de la Tierra y la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) han calificado de bochornosa la actitud de nuestro Gobierno respecto a la modificación del sistema de aprobación de transgénicos planteada por la anterior presidencia francesa de la Unión Europea. Y es que en el seno de esas discusiones el Gobierno español -según estas tres organizaciones- ha intentado bloquear la evaluación de los riesgos socioeconómicos de los transgénicos.
Realmente inconcebible. El único país europeo que cultiva transgénicos a gran escala no quiere que se evalúen sus impactos.
Andoni García, miembro de la ejecutiva de la mencionada COAG, es contundente a la hora de hablar de la actitud del Gobierno socialista: “No podemos tolerar que el Gobierno intente que los impactos para la sociedad y para la economía agraria sean obviados en el proceso de aprobación de los transgénicos “.
Una posición que comparte Juan Felipe Carrasco, responsable de la campaña contra los transgénicos de Greenpeace: “Que el Gobierno del único país que cultiva transgénicos en Europa quiera ocultar su impacto da mucho que pensar sobre lo que se quiere ocultar. ¿No será que el Gobierno español, contrariamente a lo que afirma por todos los medios a su alcance, sabe perfectamente que no puede demostrar ningún beneficio de esos cultivos en el único estado de la Unión Europea que los cultiva a gran escala?”
Claro que esta posición no es sólo cosa del Gobierno y el PSOE. Tanto este partido como el PP rechazaron al unísono el pasado mes de noviembre en la Comisión de Medio Ambiente, Agricultura y Pesca del Congreso que se declarase el territorio español como ” zona libre de cultivos transgénicos” tal como había pedido el grupo parlamentario de Esquerra Republicana-Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya Verdes en una Proposición no de Ley que tenía como objeto prohibir su cultivo en nuestro país. Ambos partidos se envolvieron una vez más en el ropaje del “progresismo”. Desde las filas socialistas señalaron -con la habitual demagogia con la que hacen habitualmente sus declaraciones políticas- que “no están a favor de radicalismos, ni con los de la sotana negra ni con los de la sotana verde”. Agregando que no se puede ir en contra de la investigación y de la mejora científica y, por tanto, de la biotecnología o de la técnica genética orientada a la salud o la producción de alimentos. Que no se puede decir sí a la ingeniería genética para su aplicación en vacunas y medicinas o pata avanzar en células madre y luego negarse a los organismos modificados genéticamente en la agricultura y la producción de alimentos. Un argumento tan falaz como demagógico.
En su momento Jane Rissler, presidenta de la organización norteamericana Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Preocupados), muy influyente en el ámbito de las energías renovables, la biotecnología, la salud o el calentamiento global, ya respondió así. “Para mí la diferencia estriba en que las personas que usan la ingeniería genética y los productos farmacéuticos se benefician de ella. Pero son ellas las que asumen los riesgos si quieren beneficiarse directamente de la insulina genéticamente modificada, por ejemplo. En cambio en el ámbito alimentario el consumidor no se beneficia de nada. Se le pide que asuma unos riesgos que ni siquiera se sabe cuáles son cuando quienes se benefician realmente de eso son otros, no quienes asumen el riesgo”.
El Partido Popular, por su parte, rechazó la iniciativa simplemente por considerar que “la demonización de los transgénicos está desfasada”. Será por eso que tras tener conocimiento de los últimos estudios científicos Francia acaba de incorporarse al grupo de naciones que ha prohibido en su suelo el cultivo de organismos genéticamente modificados.
Una muestra más: el Gobierno anunció en julio del 2005 que iba a regular la coexistencia de transgénicos y cultivos convencionales con la creación de un Plan Nacional de Supervisión. Se trataba de evitar que la polinización transgénica contaminase todos los cultivos. Tres años después no existe siquiera un borrador para poner en marcha esa promesa. El tema se ha aparcado sine die. Y mientras muchos agricultores ecológicos empiezan a ver desesperados cómo sus cultivos son rechazados por estar contaminados por productos genéticamente modificados.
Demasiadas dudas, demasiados intereses económicos para que al menos nosotros seamos dóciles creyentes en la buena fe de la industria. Nuestros políticos deberían aprender que no es lo mismo proclamar que los alimentos transgénicos son seguros porque no se ha buscado la evidencia científica que pruebe lo contrario que afirmar que lo son porque extensos y numerosos estudios lo han demostrado.
Antonio F. Muro
Responsable de Agricultura y Alimentación de “Amigos de la Tierra “David Sánchez: “Las multinacionales se niegan a aportar los datos que permitirían valorar si sus investigaciones fueron rigurosas”
Responsable de Agricultura y Alimentación de Amigos de la Tierra -una de las organizaciones medioambientales de nuestro país más sensibilizada con el problema de los alimentos transgénicos- David Sánchez viene denunciando desde hace años la falta de control que hay sobre ellos a la vez que advierte del riesgo que eso supone para la agricultura y, por ende, para nuestra salud. Hemos hablado con él.
-La verdad, resulta llamativa la facilidad con la que los productos transgénicos llegan al mercado.
-Cierto. De hecho todos los productos transgénicos que han solicitado aprobación -y son bastantes- recibieron el visto bueno de las agencias de control europeo. Sin embargo, cuando desde las ONG pedimos los datos en bruto de los ensayos a las multinacionales nos los niegan. Sin embargo, en algunos procesos judiciales hemos podido comprobar que había ensayos realizados de forma independiente que detectaron problemas en el hígado o el páncreas de los ratones y, sin embargo, la documentación había pasado todos los filtros de seguridad europeos. ¡Así que como para fiarse! Nosotros llevamos mucho tiempo criticando este tipo de medidas de control, sobre todo porque entendemos que la Agencia de Seguridad Alimentaria Europea no es precisamente imparcial a la hora de evaluar estos productos.
-¿Cuáles son a su juicio las grandes preocupaciones que presentan los productos transgénicos desde el punto de vista de la salud?
-En primer lugar, las alergias. Cuando se introduce un gen de una especie nueva en una planta éste codifica una proteína nueva que no hemos comido nunca. Y eso provoca a menudo fuertes alergias. También está el peligro de generar resistencia a los antibióticos. Muchos maíces utilizan genes de resistencia a antibióticos en su proceso de fabricación pero éstos pueden luego pasar a las bacterias de nuestro tracto digestivo o, sencillamente, al suelo. Estamos pues moviéndonos en un terreno muy delicado. Y, obviamente, está la posibilidad de que sean tóxicos. Un problema grave en aumento porque cada vez hay más toxinas en los alimentos: pesticidas, herbicidas, aditivos de todo tipo…
-¿Y qué papel está jugando España en la política europea sobre transgénicos?
-España es el único país de Europa que cultiva transgénicos a gran escala. En los centros de decisión europeos nuestro Gobierno no suele posicionarse -no se pronuncia ni a favor ni en contra- pero luego vota sí a todas las peticiones de aprobación de nuevos productos. Es más, ha habido un proceso de reforma de la aprobación y seguridad de esos productos y nuestro Gobierno ha intentado rebajar las exigencias, ha intentado incluso que no se estudien los impactos socioeconómicos que es algo que venimos denunciando desde hace tiempo, el impacto sobre los agricultores. A nuestro juicio la postura del Gobierno español en materia de transgénicos es muy negativa. No apuesta por la protección del medio ambiente ni de nuestra salud.
-¿Y por qué esa postura tan diferenciada respecto a otros países de la Unión Europea?
-Porque en España el lobby de esa industria es muy potente e hizo mucha presión para introducir aquí los transgénicos. Además tenemos un Ministerio de Agricultura metido en el modelo productivista más duro, con un uso cada vez mayor de pesticidas donde los transgénicos no son sino un paso más. Cuando es un modelo superado ya que lo que la gente necesita y demanda hoy son productos de calidad y sanos, algo que esta agricultura no nos proporciona. Necesitamos cambiar la mentalidad e ir a por otro modelo agrario..
-¿Qué se hace con el maíz transgénico que se cultiva en nuestro país?
-España es el único país europeo que los cultiva. De hecho siete naciones de la Unión ya los han prohibido; entre ellas, Francia, Italia, Grecia y Austria. Se cultiva sobre todo en Cataluña y Aragón. Y se dirige a la alimentación animal porque el consumidor español, tal y como reflejan las encuestas, los rechaza. El problema es que luego las etiquetas de los productos que se fabrican con esos animales no indican que ésos sí se alimentaron con transgénicos porque no es legalmente obligatorio.
-¿Y está desapareciendo nuestro maíz ecológico por culpa de los maíces transgénicos?
-Así es. Llevamos años viendo cómo el maíz transgénico contamina los cultivos adyacentes porque las medidas de control para impedirlo son inexistentes. ¿Y por qué? Pues porque nadie sabe donde se cultivan transgénicos. En España, en ese sentido, hay un absoluto descontrol. Y cuando el polen contamina los campos vecinos las cosechas de esos otros campos pasan a ser también transgénicas. De hecho en la zona donde más transgénicos se cultivan se ha dejado ya de cultivar maíz ecológico porque año tras año sufría contaminación. No hay forma de protegerse. Y si un agricultor ecológico es contaminado su cosecha se descalifica, no se puede vender como ecológica y no tiene a quién reclamarle.
-Y al menos, tras más de una década, ¿puede afirmarse que con los transgénicos se reduce el número de plaguicidas?
-Eso se ha demostrado que es falso. Hay dos tipos de transgénicos en el mercado: uno que resiste herbicidas y otro que resiste insectos. Por ejemplo, la soja resistente al glifosfato. Puedes echar todo el que quieras que a tu soja no le pasa nada. Con lo que los agricultores de grandes producciones lo han estado echando sin ningún tipo de control. Solo que al final las malas hierbas se han hecho resistentes y han tenido que aumentar aún más la cantidad o usar otros herbicidas aún más tóxicos para contrarrestar posibles plagas. En Brasil por ejemplo, donde está muy extendido el cultivo de soja transgénica, el consumo del glifosfato aumentó un 80% con lo que la pretensión inicial se ha demostrado falsa. Aumenta el consumo de herbicidas. Y en este caso, además, el glifosfato lo produce la misma multinacional que te vende la soja transgénica. En ningún momento se ha reducido el uso de herbicidas.
-¿Y tal y cómo se afirmaba los alimentos transgénicos han servido para alimentar a los pobres?
-Los transgénicos se cultivan básicamente en unos pocos países: Estados Unidos, Brasil, Argentina, España. (aunque a nivel mundial la superficie que cultivamos sea muy reducida). Países con una agricultura orientada a la exportación. Se trata de productos que en su mayoría se destinan a alimentar ganado en los países ricos. La soja y el maíz transgénicos alimentan básicamente a nuestras vacas, pollos y cerdos cuya carne luego consumimos. El problema del hambre es una cuestión de dinero. No es un problema de tecnología ni de falta de alimentos. Incluir vitamina A en el arroz o fabricar maíz altamente proteico quizás tenga algún valor pero el mejor enfoque sería que la gente pudiera comprar alimentos que le supusieran una dieta bien equilibrada en lugar de tener que apilar todos los nutrientes en uno o dos tipos de alimentos. No deberíamos permitir que nos sigan engañando.
-Otro de los argumentos preferidos de quienes defienden los-transgénicos es señalar que en el fondo no se está haciendo sino lo que se ha hecho durante siglos para la mejora de especies: cruzarlas.
-Es cierto que normalmente se han mejorado las variedades cruzando los mejores ejemplares pero es que ahora estamos mezclando genes de especies con las que no se relacionarían nunca. Como bacterias en el maíz en el caso del que se cultiva en España. Hemos sobrepasado la barrera natural entre especies. Y eso puede tener consecuencias muy graves. La gente lo entiende; nuestros políticos han decidido ignorarlo. Es un problema de puro interés económico.
Fuente: Discovery DSalud
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