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¿Cómo sería vivir un día sin eso del «yo»? YOYO: un cuento de Ricardo Ugalde

7 septiembre 2014

quitarse-la-máscara2-300x300¿Cómo sería vivir sin la máscara de quien creemos ser?

YOYO

Un cuento de Ricardo Ugalde

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Yo trato de andar con el yo atrás. Pero ese día, no sé por qué, andaba con el yo adelante. O, mejor dicho, encima. Iba enfundado en mi. Acabo de caer en la cuenta de lo que he escrito: Yo trato de andar con el yo atrás, y he empezado diciendo yo. En fin. Ya ves que no debes creerme. Pero te decía. Ese día, particularmente, me llevaba puesto. Cosa tan natural, por otra parte. Cosa que debería resultarme natural. Y me resulta. No es que no me resulte. Pero, entonces, pones condiciones para todo. No vas abierto. Vas cerrado. Y no es que no tengas derecho. No se trata de eso. No es que, desde cierto punto de vista, ser uno no tenga sus ventajas. Pero si las tiene, o las tenía, ahora se notan poco. Hoy día, con el yo no alcanza. No. No alcanza. La menesunda, la molienda, la pulverización termina con todo, es imposible organizarlo. ¿Por qué el pasto debe amarillear en invierno? No lo comprendo. ¿No puede permanecer verde todo el año? ¿Al menos eso? Es imposible, pues, como digo, intentar reunir algo si uno, uno mismo, ya, ahora mismo, se cree diferente a todo. Pero claro. Sin duda, es también necesario. Porque están los que desean aprovecharse de nosotros haciendo, precisamente, que nos olvidemos de nosotros mismos y formemos la cola del supermercado. Pero cuando soy yo, ando con cara de palo, solo y amargado. Y cuando me saco de encima, todo el mundo me sonríe y el aire parece más blando. Eso sí. Me arrean para cualquier lado. El otro día terminé en un barrio perdido llevándole las bolsas a una señora, del supermercado precisamente. Y una vez, mientras esperaba en el semáforo, una mujer mayor se me subió al auto, confundiéndolo con un taxi, y dijo: A Córdoba y Entre Ríos. Rápido por favor! Señora, le dije, este no es un taxi. Ay, perdone, ¿no me lleva igual? Y la llevé. Es cierto, quiso pagarme. Pero no pude aceptarlo. Sonreí, complaciente. Pero ese día mi yo estaba poco disuelto y la situación me confundió un poco. Después me causó gracia. Y ahora me causa gracia. Pero es un problema. Podría terminar en cualquier lado. Podría olvidar quién soy. Quién soy. ¿Quién soy? No lo sé. A veces, me miro al espejo y me lo pregunto. O se lo pregunto al personaje que aparece contra la superficie brillante. Como sé que no me va a contestar, porque ya lo he probado antes, intento mirar dentro de sus ojos. El tipo parece notarlo y los ojos reflejan el miedo, la inquietud que le provoca mi mirada y ya no puedo seguir. No puedo, no tengo agallas, de arrinconar a un tipo que se ve así cuestionado. Y también me marea un poco. No sé si ese cuerpo se ha apoderado de mi o yo me he apoderado de ese cuerpo, a falta de otro mejor. Leía el otro día que el tal Lacan dice que esa es la etapa del espejo. Y que se supera cuando sos pequeño. O yo no la superé o hay otras etapas del espejo, señor Lacan. O, es la vida con el espejo o contra el espejo. Pero además, ¿quién es Lacan? ¿En nombre de quién habla? ¿Quién es quién? ¿Se entiende? ¿Quién es «quién»? Si yo no sé quién soy, ¿por qué lo sabría Lacan? ¿Lacan habla por Lacan o es hablado por alguien más? ¿O por muchos más? Si yo no he inventado el lenguaje en el que hablo ¿no estoy, acaso, siendo hablado por otros? ¿Incluso por otros «yo mismo» que no son el que soy ahora? Podría inventar mi lenguaje particular. Podría decir, por ejemplo: ehkjeue hdit tuymmlkas. Vale. Puede que entonces me sintiera menos perturbado, unas veces arriba y otras abajo, y que lograra, incluso, que alguien me entendiera. Llegaría pues y con solo decir Tuymmlkas! la gente vendría a recibirme y palmearme la espalda. Pero, tarde o temprano tuymmlkas perdería sentido, dejaría de representarme porque yo habría cambiado. Entonces debería decir, por ejemplo Eschrtphelos! y la gente me miraría sorprendida. ¿Entiendes? Eschrtphelos, de ninguna manera tuymmlkas. Podría hacer una pequeña concesión, es cierto. Podría agregar: Niet tuymmlkas. Eschrtphelos! O, Nein tuymmlkas. (No puedo decir «no». No puedo decir «no», porque «no» es una palabra que no existe. No existe. No pelees conmigo. No existe. Porque no hay nada que sea totalmente no. ¿Entiendes? Nada). Pero, al final, ¿de qué me serviría? Sería tratado como un imbécil y me encerrarían en un hospicio. Y, para eso, prefiero seguir llevando viejas a lugares insospechados. Tal vez, de tanto ir y venir, encontraría unos ojos tiernos que solo me miren y no pregunten nada.

Cuento original de Ricardo Ugalde (Argentina)

A colación del post: Crisis y EGO: deshojando las capas de cebolla del supuesto “yo-separado”

Compartido por Ricardo Ugalde

Reedición, título post, nota imagen, Freeman

Una de las desilusiones capitales es la del yo. El budismo concuerda así con Hume, con Schopenhauer y con nuestro Macedonia Fernández. No hay un sujeto, lo que hay es una serie de estados mentales. Si digo “yo pienso”, estoy incurriendo en un error, porque supongo un sujeto constante y luego una obra de ese sujeto, que es el pensamiento. No es así. Habría que decir, apunta Hume, no “yo pienso”, sino “se piensa”, como se dice “llueve”. Al decir llueve, no pensamos que la lluvia ejerce una acción; no, está sucediendo algo. De igual modo, como se dice hace calor, hace frío, llueve, debemos decir: se piensa, se sufre, y evitar el sujeto.

– J. L. Borges

(«Más del yo», Blog de 道)

Ying-Yang1

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